lunes, 31 de enero de 2022

Hay que pedirle al Señor que nos regale paciencia y un espíritu de fe ante las dificultades.

 


Hay que pedirle al Señor que nos regale paciencia y un espíritu de fe ante las dificultades.


Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel 15, 13-14. 30; 16, 5-13a
En aquellos días, alguien llegó a David con esta información:
«El corazón de la gente de Israel sigue a Absalón».
Entonces David dijo a los servidores que estaban con él en Jerusalén:
«Levantaos y huyamos, pues no tendremos escapatoria ante Absalón. Vámonos rápidamente, no sea que se apresure, nos dé alcance, precipite sobre nosotros la ruina y pase la ciudad a filo de espada».
David subía la cuesta de los Olivos llorando con la cabeza cubierta y descalzo. Los que le acompañaban llevaban cubierta la cabeza y subían llorando.
Al llegar el rey a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá. Iba caminando y lanzando maldiciones. Y arrojaba piedras contra David y todos sus servidores. El pueblo y los soldados protegían a David a derecha e izquierda. Semeí decía al maldecirlo:
«Fuera, fuera, hombre sanguinario, hombre desalmado. El Señor ha hecho recaer sobre ti la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado. Y el Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario».
Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:
«¿Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza».
El rey contestó:
«¿Qué hay entre vosotros y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David, ¿quién le va a preguntar: “Por qué actúas así”?».
Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores:
«Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Dejadle que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor. Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día».
David y sus hombres subían por el camino.
Palabra de Dios

Salmo  3, 2-3. 4-5. 6-8a R/. Levántate, Señor; sálvame

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes».
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Y le preguntó:
«¿Cómo te llamas?».
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos».
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.
Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca.
Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anunciarles lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
Palabra del Señor


En la primera lectura nos trae como el rey David experimenta la traición de su propio hijo Absalón, que pretendía matarlo. Como duele que los más cercanos nos traicionen y nos abandonen. No es fácil entender esa situación en el momento de vivirla, pero si recordamos Jesús vivió lo mismo, la traición de Judas, ser negado por Pedro, el abandono de sus discípulos, vivir la incomprensión y la persecución. La imagen de David nos enseña que ante el dolor hay que unirse al corazón del Señor para que Él nos dé la paciencia y el espíritu de Fe frente a la humillación pública.

El hijo de David Absalon le había declarado la guerra a su Padre, y ante ese agravio David se muestra humilde y prudente. David no cayó en el error que muchos cometemos como es hacer valer nuestra propia fuerza que puede venir de la posición que ocupamos o del conocimiento que podamos tener. David antes de actuar o decir algo, le pide a Dios que le muestre qué es lo que debe hacer, que lo ilumine para poder entender con los ojos de la fe que es lo que le pretende decir con lo que le está sucediendo. Bien lo dice en la escritura, “ Todo lo que viene de Dios es bueno, agradable y perfecto”. Algunas cosas son desafíos que hay que enfrentar con coraje, otras son lecciones que hay que recibir con docilidad.

El evangelio nos trae un hombre endemoniado que vivía entre sepulcros.  Ahora, sin embargo, es este hombre o, mejor, esta “legión” de personas quienes buscan el encuentro, le interpelan y lo reconocen... pero no pueden ni parecen querer seguirlo: el mal, la muerte, las oscuridades dominan sus vidas, los atenazan. Solo Jesús puede salvarlos, pero necesita saber “el nombre” para actuar.

El mal tiene unas características y lo podemos ver en la lectura de hoy, el mal tiene fuerza, es rebelde, nos autodestruye, nos hace vivir aislados y nos lleva a no tener falta de amor propio. El mal afecta a nuestra conciencia, nuestro ser más profundo. Es desde allí donde podemos reconocerlo, decir su nombre o sus nombres y pedir al Señor que nos libere. Y no es fácil porque no pocas veces el mal está aferrado a nuestra voluntad, a veces parece hasta indefenso y resulta tan cotidiano que no nos damos cuenta que está ahí... Esto significa vivir entre sepulcros. Es necesario dirigir la mirada y el corazón al Señor que viene a mi orilla.
Pero la consecuencia final de todo ello no es siempre el agradecimiento. Los porquerizos le piden que se vaya. Estaban “espantados”. A veces preferimos convivir con el mal que tratar de combatirlo, dejamos que, poco a poco vaya apoderándose de nuestro corazón, de nuestra voluntad y de nuestra vida. Tomamos actitudes de derrota olvidándonos que Jesus es nuestro salvador y en Él está nuestra victoria.  

Mi amado Jesus, cada dia tiene sus propios desafíos por eso no permitas que el miedo, la angustia, o el cansancio me encierre en mí mismo y tome  decisiones equivocadas. Ante la ofensa dame la gracia de la humildad y la prudencia, humildad para aceptar con paz el dolor porque detrás del dolor hay un misterio que trae una enseñanza. Prudencia para actuar, que o sea que por el enojo a causa del orgullo herido pierda la enseñanza que me quieres dar. Ilumíname Señor de la manera en que debo hablar, actuar y sentir; sabiduría para descubrir qué es lo que tu me quieres decir en cada situación. Hay desafíos que se enfrentan desde el coraje pero otras son lecciones de vida que debo recibir con docilidad, Amen.

Dios te bendiga,

¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!



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 Que la paz y el Amor del Señor permanezca en tu corazón como en el mio...
     Sandra Yudy Zapata Escudero

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