Hebreos 10,11-18
Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: "Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -dice el Señor-: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente"; añade: "Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes." Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.
Palabra de Dios
La primera lectura nos habla del perdón y ese perdón que nos ofrece Dios es real, eficaz y además es posible de alcanzar.
Es por eso que es perfecta la comparación que nos da la carta de los Hebreos, los sacrificios siempre repetidos son como intentos y más intentos de un perdón que nunca llega de veras. El sacrificio de Cristo es el sacrificio que no se repite, el que es eficaz, el que sí perdona.
Una objeción que ponen los cristianos no católicos es: si el sacrificio de Cristo es único, ¿por qué celebran tantas misas, y en cada una dicen que es "sacrificio"? ¿No es eso volver a la ineficacia del Antiguo Testamento? La respuesta no es difícil, si uno reflexiona un momento sobre el asunto: en el Antiguo Testamento había muchos sacrificios distintos porque en cada uno había una víctima distinta; en el Nuevo Testamento, y en particular cuando obedecemos a Cristo celebrando la Santa Misa, no hay muchas víctimas, sino una sola, que es Él mismo.
Porque es tan importante creer en la gracia del perdón?
Es grave no reconocer la presencia del pecado, porque ello nos hace libertinos y cínicos al creernos que somos muy “buenos”; pero más grave es no reconocer la presencia del perdón, porque ello nos conduce a la amargura, al resentimiento, y a la tristeza. Es más fácil señalar el pecado que está fuera de nosotros que ser capaces de reconocer el pecado que habita en nosotros.
Cada vez que una y otra vez reviso con detenimiento lo que nos decimos en la Misa, le encuentro mayor significado, importancia y valor a este maravilloso sacramento. En el Símbolo de los Apóstoles decimos con toda la Iglesia: "creo en el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna". No es una casualidad que estas tres afirmaciones de fe estén juntas. El perdón es una resurrección; la resurrección es vida que no acaba y la vida nueva es la imagen misma del perdón. ¿Te has puesto a pensar que es lo que verdaderamente estás profesando? Hay que entender bien su verdadero significado porque de lo contrario estamos actuando como loros.
¿Qué sentido tendría afirmar que Dios puede resucitar a un muerto si no creo que puede perdonar a un vivo? De hecho el perdón es una nueva vida dentro de la vida. Y por ello la gran señal y motivo del perdón es la resurrección de Cristo. El que ha sacado vida de las garras de la muerte, que es lo irreversible por definición, lo puede todo. El que puede darme vida al final también puede darme nueva vida mientras aún voy de camino.
Salmo 109 " Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec"
Marcos 4,1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: "Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno." Y añadió: "El que tenga oídos para oír, que oiga."
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas. Él les dijo: "A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que "por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.""
Y añadió: "¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno."
Palabra del Señor
Hay una semilla que quiere dar fruto, esa semilla tiene el poder de crecer pero necesita de nuestra voluntad.
El sembrador es generoso,y esa generosidad a veces pasa desapercibida por nuestra vida por las preocupaciones de cada día, por el poco interés y ánimo que tenemos, por la pereza, porque somos inmediatistas sembramos una semilla hoy y mañana ya queremos tener un árbol. Podemos hasta pensar que la semilla se va a perder. Pero no es así, porque esta semilla aunque sea rechazada, oprimida o secuestrada siempre se sale con la suya y desde la abundancia del amor de Dios todo lo gobierna.
Si sabemos que Dios es el sembrador, ¿Cómo actúa en nuestras vidas?
Es hermoso saber que Dios confía en nosotros porque nos ama. Nos conoce muy bien y, pese a ello, confía en que su acción en nosotros encuentre respuesta, “responsabilidad”. Como buen sembrador va esparciendo la semilla que es su Palabra. Esa Palabra que no es otra que el mismo Jesucristo. Una vez que la semilla ha sido depositada en el surco, se convierte en algo vivo que tiene su propio desarrollo dependiendo del cuidado que cada persona le proporciona.
¿Cuál es nuestra respuesta?
Según nuestras reacciones la semilla va alimentándose, creciendo y fortaleciéndose. Jesús presenta cuatro posibilidades. La tierra dura, los que toman la Palabra de Dios superficialmente, otros quienes ponen en primer lugar sus intereses y los otros quienes han aprendido cual es la escala de valores y ponen a Dios en el primer lugar.
Hay una tierra dura, pedregosa. Suele estar representada por personas que creen no necesitar nada más allá de lo puramente material. Se creen autosuficientes. De ahí nace la indiferencia ante la llamada de Dios. Agarrados a sus seguridades materiales, tienen suficiente o se conforman con esas condiciones materiales, aunque éstas no proporcionen nada de lo que su corazón ansía en profundidad. Han dejado de lado la Palabra. Sus intereses acaban en lo inmediato. ¿Para qué más?
Hay otro grupo que forman los que acogen esa Palabra de forma superficial. “Es interesante, pero…” y ahí concluye cuanto ofrecen a la semilla. No puede germinar. La superficialidad se queda con el resplandor, pero no permite que esa luz ilumine de verdad su vida. No hay convicciones profundas que garanticen y estimulen el cuidado que la semilla requiere.
El tercer grupo lo representan aquellos que acogen con interés y entusiasmo la semilla. Pero ante las preocupaciones inmediatas que llegan a la vida, todo va quedando en un segundo lugar. Los intereses ajenos al Reino comienzan a ocupar el primer lugar y la semilla queda agostada. Está ahí sembrada y acogida, pero la falta de cuidado la dejan morir. Aquel entusiasmo primero, queda reducido a un simple recuerdo. La preocupación suele centrarse en las riquezas. Éstas absorben todo.
Hay un último grupo. Lo forman las personas que acogen, valoran, aprecian la semilla y la cuidan para que produzca fruto. Son personas que han sabido colocar sus intereses en una escala de valores que comienzan por apreciar la semilla como el primer valor. Por eso la cuidan, la riegan y le dan los nutrientes necesarios. Así acaban produciendo fruto. Éste será variado, pero habrá respondido a lo que el sembrador esperaba de la semilla.
Solo falta analizar cómo cuidamos la semilla que hemos recibido de Dios.
Una vez más escucho esta Parábola del sembrador y no solo quiero escucharla con mis oídos sino con el corazón para que me exhorte. No quiero seguir cimentada en mis caprichos de sentirme buen@. Es por eso que con la luz de Tu Santo Espíritu quiero responder con sinceridad estas tres preguntas.
¿Cuáles son mis valores?
¿ Qué peso tiene en mi vida la Palabra de Dios?
¿Qué fuerza tiene en mí la persona de Jesucristo?
Ayúdame Señor a que sea Tu Palabra el valor supremo de mi vida. A través de Tu Palabra te conozco, y me doy cuenta como me hablas, me corriges y me enseñas. Dame la gracia de cultivar estas tres actitudes : responsabilidad, coherencia y perseverancia. Responsabilidad al cuidar, alimentar y hacer crecer la semilla de Tu Palabra. Coherencia en mi vida, lo que Tu me dices y me enseñas realmente se puede ver en mi vida?. Perseverancia porque esta lucha es continua y solo acabará el día en que estemos en tu presencia.
Hoy me acerco a ti con sinceridad para decirte, gracias Señor por confiar en mí y remueve la tierra de mi corazón para que tu semilla encuentre una buena tierra en mi. Amen,
Dios te bendiga,
¡¡¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!!!
--
Hay otro grupo que forman los que acogen esa Palabra de forma superficial. “Es interesante, pero…” y ahí concluye cuanto ofrecen a la semilla. No puede germinar. La superficialidad se queda con el resplandor, pero no permite que esa luz ilumine de verdad su vida. No hay convicciones profundas que garanticen y estimulen el cuidado que la semilla requiere.
El tercer grupo lo representan aquellos que acogen con interés y entusiasmo la semilla. Pero ante las preocupaciones inmediatas que llegan a la vida, todo va quedando en un segundo lugar. Los intereses ajenos al Reino comienzan a ocupar el primer lugar y la semilla queda agostada. Está ahí sembrada y acogida, pero la falta de cuidado la dejan morir. Aquel entusiasmo primero, queda reducido a un simple recuerdo. La preocupación suele centrarse en las riquezas. Éstas absorben todo.
Hay un último grupo. Lo forman las personas que acogen, valoran, aprecian la semilla y la cuidan para que produzca fruto. Son personas que han sabido colocar sus intereses en una escala de valores que comienzan por apreciar la semilla como el primer valor. Por eso la cuidan, la riegan y le dan los nutrientes necesarios. Así acaban produciendo fruto. Éste será variado, pero habrá respondido a lo que el sembrador esperaba de la semilla.
Solo falta analizar cómo cuidamos la semilla que hemos recibido de Dios.
Una vez más escucho esta Parábola del sembrador y no solo quiero escucharla con mis oídos sino con el corazón para que me exhorte. No quiero seguir cimentada en mis caprichos de sentirme buen@. Es por eso que con la luz de Tu Santo Espíritu quiero responder con sinceridad estas tres preguntas.
¿Cuáles son mis valores?
¿ Qué peso tiene en mi vida la Palabra de Dios?
¿Qué fuerza tiene en mí la persona de Jesucristo?
Ayúdame Señor a que sea Tu Palabra el valor supremo de mi vida. A través de Tu Palabra te conozco, y me doy cuenta como me hablas, me corriges y me enseñas. Dame la gracia de cultivar estas tres actitudes : responsabilidad, coherencia y perseverancia. Responsabilidad al cuidar, alimentar y hacer crecer la semilla de Tu Palabra. Coherencia en mi vida, lo que Tu me dices y me enseñas realmente se puede ver en mi vida?. Perseverancia porque esta lucha es continua y solo acabará el día en que estemos en tu presencia.
Hoy me acerco a ti con sinceridad para decirte, gracias Señor por confiar en mí y remueve la tierra de mi corazón para que tu semilla encuentre una buena tierra en mi. Amen,
Dios te bendiga,
¡¡¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!!!
†
Que la
paz y el Amor del Señor permanezca en tu corazón como en
el mio...
Sandra Yudy Zapata Escudero
Encuentranos en : www.catolicosregina.com
Siguenos en facebook https://facebook.com/orandoyviviendo/
No hay comentarios:
Publicar un comentario