viernes, 6 de mayo de 2022

Cuando participamos en la eucaristía entramos en comunión con Cristo porque Él tiene el poder de transformar nuestra vida, ¿le has permitido que Él te transforme?

 

Cuando participamos en la eucaristía entramos en comunión con Cristo porque Él tiene el poder de transformar nuestra vida, ¿le has permitido que Él te transforme?


Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 1-20

En aquellos días, Saulo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse encadenados a Jerusalén a los que descubriese que pertenecían al Camino, hombres y mujeres.
Mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Dijo él:
«¿Quién eres, Señor?».
Respondió:
«Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer».
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión:
«Ananías».
Respondió él:
«Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo:
«Levántate y ve a la calle llamada Recta, y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso. Mira, está orando, y ha visto en visión a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista».
Ananías contestó:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre».
El Señor le dijo:
«Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:
«Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno de Espíritu Santo».
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y fue bautizado. Comió, y recobró las fuerzas.
Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Palabra de Dios

Sal 116, 1. 2 R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 52-59

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Palabra del Señor

El día de hoy vamos a meditar la primera lectura la cual nos habla de Saulo, quien se convierte en un instrumento elegido por el Señor para dar a conocer el Nombre de Dios a los pueblos. El testimonio de este hombre es importante porque nos ratifica como el resucitado triunfa sobre él. Recordemos que Saulo es un judío celoso de la ley y de las tradiciones, que lucha decididamente frente a la herejía que se está extendiendo; pero en el camino, el Señor resucitado, al que persigue, le sale al encuentro. Todo aquel que tiene experiencia con el resucitado no vuelve a ser el mismo porque Jesus tiene el poder de transformar totalmente su vida.

Lo maravilloso de encontrarse con el resucitado es porque esa luz que utilizabamos para señalar al otro, para ver los errores y las faltas del prójimo, gira 180 grados y ahora nos ilumina a nosotros. Ahí es donde podemos decir “ me he equivocado en todo”. Pero a la vez Jesús nos rescata al decirnos, “ te confío todo”, te mando. A partir de ahora el destino de Saulo está ligado al nombre de Jesús, nombre que debe llevar y atestiguar ante los paganos y ante sus gobernantes.
Así actúa el Señor, rescatandonos del error, dándonos más oportunidades y además nos envía para que demos testimonio de lo que Él ha hecho por nosotros. Saber esto nos debe llenar de esperanza, tenemos un Dios que nos perdona, que nos ayuda a salir del error, y además sigue contando con nosotros porque cree en nosotros. Darnos una misión significa que por más equivocaciones que hayamos tenido, eso quedó atrás. Lo que importa es el aquí y el ahora. Y eso es lo que nosotros debemos de acoger, la gracia del perdón de Dios porque cada día es una oportunidad para ser mejores, para perdonarnos, para ser felices, para amar, para comenzar a caminar en la santidad.  

El Evangelio de ayer terminaba con la invitación de Jesús a comer su carne. El texto evangélico de hoy comienza con la murmuración de los judíos ante esta promesa de un pan que es su carne: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Ante el escándalo de los judíos Jesús insiste en que es imprescindible comer su carne y beber su sangre para participar de su vida. Su carne y su sangre son verdadero alimento y verdadera bebida, comunican la vida y ponen en comunión personal con él, que es el portador y mediador de la vida divina. No se trata de comer su carne física y beber su sangre física. Se trata de aceptar y asimilar su presencia, que alimenta nuestras vidas. Y alimentar nuestras vidas significa que las llena de sentido, de fortaleza, de gracia, para seguir caminando. Comer y beber el cuerpo y sangre de Cristo es transformarnos en él mismo, es hacerse uno con él, habitar en él. La Eucaristía debería producir ese milagro de la encarnación personal de la Palabra que tan bien realizó Pablo: “es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Y si, por la comunión Eucarística, Cristo vive en nosotros, bien podríamos convertirnos nosotros, por nuestro modo de vida, en esa voz que llama a una vida nueva.
No olvides que quien come la carne y bebe la sangre de Cristo, está dispuesto a su vez a ser alimento para los demás. Cuando comemos el pan que es Cristo, entramos en comunión con él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo para los más pobres, para los que sufren.

Una y otra vez me perdonas Jesús, una y otra vez me muestras el camino que debo de tomar, una y otra vez envías rostros concretos para decirme que no estoy sol@ y que estas ahi para ayudarme, porque no quieres que ninguna alma se pierda.  Tu misericordia alcanza a todos quienes lo quieren recibir. No permitas que mi soberbia sea un obstáculo para acercarme a ti y no aceptar el regalo que me ofreces como es el perdón. Dame la gracia de vivir desde la esperanza, soñar que puedo ser mejor cada día, que puedo amar más, perdonar más,  servir más y vivir una vida coherente con el evangelio. Tu me creaste para que fuera feliz y la verdadera felicidad está en ti. Gracias por la Eucaristía porque ella hace posible que yo pueda participar en tu vida divina al hacer posible la transformación de mi ser en tu ser, esto es hacerme uno contigo. Gracias Señor por el don de la vida, una vida que tiene sentido junto a ti, Amén.

Dios te bendiga,

¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!

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Que la paz y el Amor del Señor permanezca en tu corazón como en el mio...
     Sandra Yudy Zapata Escudero

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