jueves, 31 de marzo de 2022

Si el mismo Dios se arrepintió, ¿por qué a nosotros nos cuesta tanto?

 


Si el mismo Dios se arrepintió, ¿por qué a nosotros nos cuesta tanto?


Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo 32, 7-14

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Palabra de Dios

Sal 105, 19-20. 21-22. 23 R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 31-47

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
Palabra del Señor

En la primera lectura encontramos un diálogo entre Dios y un hombre de su confianza, ante el cual el Creador se queja amargamente de la infidelidad de su pueblo y se propone acabar con él. Dios comienza diciéndole a Moisés,  “ Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto “. Recordemos que en la Biblia la montaña es el encuentro del hombre con Dios. Es el lugar de oración. Es por eso que Dios le dice a Moises “ Ya te has llenado de mi, ya te he enseñado lo que debes hacer, ahora ve, baja y haz lo que yo te digo”. Esta es la primera enseñanza. A veces nos quedamos en la montaña y por más que Dios nos pide que bajemos a nuestras realidades de la vida no lo hacemos porque es más cómodo permanecer en oración que encontrarme con el prójimo desde el servicio y la entrega fraterna.  

Dios especifica muy bien cual es la Misión que tiene Moises. El pueblo ha terminado idolatrando a otros dioses, se han perdido del camino, se han alejado del primer amor.  Es hermoso la actitud de Moisés ante Dios porque le suplica e intercede por el pueblo de Israel y le recuerda el desprestigio que va a sufrir por parte de los egipcios (“sacó a su pueblo de Egipto para hacerlo perecer en el desierto, ¡vaya una hazaña!”), y la incoherencia que supondrá también ser un Dios que libera a su pueblo para exterminarlo después. En otras palabras, Moisés le pide al mismo Dios que se arrepienta.

Dios, al principio, habla de “TU PUEBLO, que tú sacaste de Egipto y que se ha pervertido”. Moisés, por su parte, replica refiriéndose a “TU PUEBLO, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta”. Alguien podría decir que Moises fue muy atrevido al decirle esto a Dios. Sin embargo, ese comportamiento audaz de Moises revela un enorme interés por el pueblo, a pesar de su abominable conducta. Un interés que sólo puede ser fruto del amor por ese pueblo y, a la vez, de la certeza de estar hablando con un Dios misericordioso. Moises tiene un corazón grande porque termina siendo un intermediario entre el pueblo y Dios, aunque el pueblo quizás nunca lo sabrá o se lo reconocerá.  

¡Y Dios ‘se arrepintió’ de su propósito! ¡Cuánta confianza supone en la misericordia de Dios y cuánta pasión en la defensa de un pueblo salido de sus manos, aunque olvidado de su providencia y entregado a la idolatría, el mayor pecado denunciado por el Antiguo Testamento! Pero eso no solo pasó con el pueblo de Israel, aún sigue pasando en nuestros días.

¿Tenemos nosotros una confianza en Dios tan incondicional como esa? Y, correlativamente, ¿somos capaces de defender hasta ese punto ante Dios a una humanidad tan descarriada como la nuestra?

En el evangelio de Juan, Jesús aparece defendiendo con energía su misión frente a sus acusadores. Jesus tiene cuatro argumentos de peso: el testimonio de Dios, su Padre, el testimonio del Bautista, el prestigioso precursor del Mesías, el testimonio de las mismas obras que realiza en apoyo de su mensaje, y el testimonio de Moisés, que ya había hablado proféticamente de él.

El Padre y Jesús son uno (Jn 10, 30). El testimonio del Padre se revela en Jesús: lo que él dice y hace es un reflejo de la voluntad del Padre que le envió, es la palabra misma del Padre que se hace visible en las palabras del Hijo que habla en Su nombre. La autoridad profética de Juan el Bautista también testifica ante todo el pueblo en favor de Jesús, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). El testimonio de sus obras es la transparencia en ellas del mismo designio del Padre (Jn 10, 25). Finalmente, las Escrituras, y Moisés en ellas, también dan un testimonio concorde de quién es Jesús y de dónde le viene su misión (Jn 1, 45).

Sólo los que se encierran en sus propias ideas humanas y no se abren al mundo de la fe son los que rechazan cualquier otro testimonio que pueda suponer una presencia de Dios en medio de su vida. Si se excluye a Dios de nuestro horizonte es evidente que no se pueden percibir sus huellas en nuestra historia de cada día: ni Jesús ni su mensaje tienen nada que ver con él.

¿Quién creemos que está detrás de las palabras de Jesús? ¿De qué autoridad nos fiamos para saber cómo hemos de vivir?

Mi amado Jesús, una vez más me recuerdas que no se puede ocultar Tu luz, que no puedo callar Tu Palabra, hacernos los sordos de quien nos envía para que lo demos a conocer. Hoy me invitas a actuar desde la prudencia y valentía. Prudencia para respetar los procesos de crecimiento espiritual del prójimo, porque todos cabemos en tu corazón porque para mi no? quien soy yo para discriminar, señalar o juzgar?. Dame la gracia Jesús de tener la valentía de proclamar tu Palabra a tiempo y a destiempo, ser un verdadero testimonio de tu misericordia con el prójimo, corrigiendo desde el respeto y la caridad, exhortando con toda paciencia y doctrina así como lo dice en 2 Tim 4, 2 , para el Honor y la Gloria tuya, Amén.

Dios te bendiga,

¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!

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