lunes, 12 de julio de 2021

Batallas interiores y exteriores, de ambas nos quiere librar el Señor.

 


Batallas interiores y exteriores, de ambas nos quiere librar el Señor.


Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo 1,8-14.22
En aquellos días, surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José, y dijo a su pueblo:
«Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros: obremos astutamente contra él, para que no se multiplique más ; no vaya a declararse una guerra y se alíe nuestros enemigos, nos ataque y después se marche del país».
Así, pues, nombraron capataces que los oprimieron con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitón y Ramsés. Pero, cuanto más los oprimían, ellos crecían y se propagaban más, de modo que los egipcios sintieron aversión hacia los israelitas.
Los egipcios esclavizaron a los hijos de Israel con crueldad y les amargaron su vida con el duro trabajo del barro y de los ladrillos y con toda clase de faenas del campo; los esclavizaron con trabajos crueles.
Y el faraón ordenó a todo su pueblo:
«Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida».
Palabra de Dios

Recordemos que el libro del éxodo en la primera parte nos trata de la salida del pueblo de Israel de Egipto. Los israelitas son oprimidos por un nuevo faraón “que no conocía a José”, pero Dios les prepara un libertador en la persona de Moisés.

El faraón propone una serie de medidas para debilitar al pueblo, pero tras cada una de ellas solo se va constatar el fracaso de las mismas. Primero, el faraón ordena que los capataces opriman al pueblo con cargas en la construcción de las ciudades granero, Pitón y Ramsés. Pero cuanto más los oprimen, ellos crecen y se propaga más (vv.8-14). Con la segunda medida, ordena a las parteras hebreas Sifrá y a Puá que cuando asistan a las hebreas, si nace niño lo maten, si es niña la dejan con vida, pero las comadronas temen a Dios y no obedecen al faraón, arguyendo ante él que las hebreas son muy fuertes y cuando llegan, ya han dado a luz (vv.16-20). La tercera orden es contundente. El faraón ordena a todo pueblo que “cuando nazca un niño, lo echen al Nilo; si es niña, la dejan con vida” (v.22). Tras el fracaso de las dos primeras, sabemos que esta también fracasará, puesto que será salvado de las aguas, paradójicamente, por la hija del faraón (Ex 2) precisamente el que será liberador de Israel, osea Moises.

Como vemos se ha iniciado una “lucha de titanes” entre el Faraón y Yahvé a causa del pueblo de Israel; mientras uno busca su opresión y debilitamiento, el otro busca su liberación. La guerra se ha iniciado y en estos primeros combates ya vemos quien es el vencedor. ¿Quién ganará la batalla definitiva? Más tarde dirá San Pablo: “Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros” (Rm 8,31).

Si nos detuvieramos para leer nuestra vida fácilmente veremos como la mano de Dios nos ha salvado y rescatado del poder del faraón. Puede que algunos traten de tramar hacer algo contra nosotros, pareciera que estuvieran ganando terreno pero no es así. El bien y el mal tienen una lucha constante. Eso lo podemos ver nosotros mismos. Hay días que actuamos como ángeles, y otros días parecemos que nuestro desayuno fuera alacranes. El mal nos trata de debilitar desde la desesperanza, el pesimismo, la falta de confianza, las dudas, el querer tirar la toalla. El bien nos trae consolación, optimismo, confianza, seguridad, perseverancia y valentía. ¿Cuál de estas dos situaciones es en la que tu vives con mayor frecuencia? Si tienes actitudes de perdedor, de desamor, de desánimo, mucho cuidado porque la fuerza que está tratando de dominarte es la del mal.

Hoy es un día para preguntarnos ¿Tenemos presente cuales son nuestras luchas diarias? ¿Me estoy dejando arrastrar por la fuerza del mal o por la fuerza del bien?

Recordemos las Palabras de Pablo  “Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros” (Rm 8,31).

Salmo  123,1-3.4-6.7-8 R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 34-11,1
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mi; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mi. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi, la encontrará.
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, sólo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra del Señor


En el evangelio del día de ayer, Jesus nos invitaba a ser sus discípulos y hoy nos advierte una vez más a que estemos preparados porque la tarea no es fácil. Retomando la primera lectura recordemos que hay una batalla, no solo la exterior sino la interior.  

La batalla interior, contra nosotros mismos en nuestras inclinaciones más egoístas, destructivas u oscuras; exterior, contra las circunstancias, situaciones y personas que, en ocasiones, tratan de obstaculizar nuestro camino de seguimiento. Para mantener y avanzar en el camino de la fe hay que luchar, y la batalla más dura que se nos puede presentar es contra los de nuestra propia casa.
Jesus nos advierte que podemos vivir contradicciones desde el seno de nuestra familia,  de nuestro entorno más querido por ejemplo desde la comunidad. Si esto sucede, Jesus nos invita a que no dejemos que el rencor, la rabia, el odio, la venganza se apodere de nuestro corazón. Más bien que tomemos con paz  esta realidad en forma de cruz, cargando con ella. En esta situación extrema Jesús es muy claro: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.

En la primera lectura notamos cómo el pueblo hebreo padeció persecuciones por los Egipcios, les oprimían y amargaban la vida con dura esclavitud. En este mundo occidental fácilmente no padecemos cierto tipo de persecuciones pero sí que tenemos faraones que nos esclavizan, el poder, la codicia, el querer sobresalir y brillar, la envidia, la falta de caridad, el orgullo, la soberbia. Pidámosle al Señor que delante de la luz de su Palabra nos de la gracia de reconocer nuestros faraones y que con el poder de su Santo Espíritu sean derribados para poder vivir como verdaderos hij@s de Dios, desde la libertad.  

Mi amado Jesús, hoy me recuerdas que Tu me quieres liberar de las batallas interiores y exteriores. La batalla interior son las inclinaciones egoístas que me destruyen y destruyen a los demás. Para ello las tengo que reconocer en mí porque de lo contrario ellas permanecerán en mi corazón e irán creciendo cada vez. Que a la Luz de Tu Palabra sea yo exhortado y corregido para que ellas no tengan poder sobre mi. La batalla exterior son las circunstancias, situaciones y personas que, en ocasiones, tratan de obstaculizar mi seguimiento hacia ti obrando el bien a la que soy llamad@. Cuida mi corazón, mi mente y mis recuerdos para no desanimarme al seguirte, no permitas que el rencor acampe en mi interior, ayúdame a ser persona de oración para alcanzar la paz y la serenidad ante aquellos que no me entienden ni me comprenden, para que algún día reciban a Cristo en su corazón. Amen.

Dios te bendiga,

¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!


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Que la paz y el Amor del Señor permanezca en tu corazón como en el mio...
     Sandra Yudy Zapata Escudero

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