EN LA CONCORDIA DE LA UNIDAD
Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha
glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a
vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.
No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por
el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora,
precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis
condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por
vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que
os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a
exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida
inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el
mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.
Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en
cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está
armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y
concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar
parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como
una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os
reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto,
manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.
Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no
humana, sino espiritual ¿cuanto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis
unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo
un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del
pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que
se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?
glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a
vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.
No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por
el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora,
precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis
condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por
vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que
os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a
exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida
inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el
mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.
Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en
cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está
armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y
concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar
parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como
una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os
reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto,
manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.
Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no
humana, sino espiritual ¿cuanto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis
unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo
un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del
pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que
se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?
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