sábado, 26 de enero de 2019

LectioDivina

LA OBLACIÓN PURA DE LA IGLESIA
El sacrificio puro y acepto a Dios es la oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que
se ofreciera en todo el mundo, no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el
que ofrece es glorificado él mismo en lo que ofrece, con tal de que sea aceptada su
ofrenda. La ofrenda que hacemos al rey es una muestra de honor y de afecto; y el Señor
nos recordó que debemos ofrecer nuestras ofrendas con toda sinceridad e inocencia,
cuando dijo: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de
que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Hay que ofrecer a
Dios las primicias de su creación, como dice Moisés: No te presentarás al Señor, tu Dios,
con las manos vacías; de este modo, el hombre, hallado grato en aquellas mismas cosas
que a él le son gratas, es honrado por parte de Dios.
Y no hemos de pensar que haya sido abolida toda clase de oblación, pues las
oblaciones continúan en vigor ahora como antes: el antiguo pueblo de Dios ofrecía
sacrificios, y la Iglesia los ofrece también. Lo que ha cambiado es la forma de la oblación,
puesto que los que ofrecen no son ya siervos, sino hombres libres. El Señor es uno y el
mismo, pero es distinto el carácter de la oblación, según sea ofrecida por siervos o por
hombres libres; así la oblación demuestra el grado de libertad. Por lo que se refiere a Dios,
nada hay sin sentido, nada que no tenga su significado y su razón de ser. Y, por esto, los
antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya
hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros
bienes, dándolos con libertad y alegría, aun los de más valor, pues lo que esperamos vale
más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el
desprendimiento de aquella viuda pobre del Evangelio.
Es necesario, por tanto, que presentemos nuestra ofrenda a Dios y que le seamos
gratos en todo, ofreciéndole, con mente sincera, con fe sin mezcla de engaño, con firme
esperanza, con amor ferviente, las primicias de su creación. Esta oblación pura sólo la
Iglesia puede ofrecerla a su Hacedor, ofreciéndole con acción de gracias del fruto de su
creación.
Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando, con nuestra ofrenda, nuestra
unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del
espíritu. Pues, del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación
divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en eucaristía, compuesta de dos
realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la eucaristía,
dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección.

Responsorio Hb 10, 1. 14; Ef 5, 2

R. La ley contiene sólo una sombra, no la realidad misma de las cosas; por eso, mediante
unos mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar, no puede de ninguna manera dar la
perfección a quienes buscan acercarse a Dios. Cristo, en cambio, * con una sola oblación,
ha llevado para siempre a la perfección a los que ha santificado.
V. Él nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación de suave fragancia.
R. Con una sola oblación, ha llevado para siempre a la perfección a los que ha santificado.

Oración

Oremos:
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la
oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

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