jueves, 10 de enero de 2019

Lectio Divina

Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754)
 
EFUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE TODA CARNE
 
Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del
más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió
que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el
Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable
posesión de aquellos bienes.

Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta
nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días —
se refiere a los del Salvador— derramaré mi Espíritu sobre toda carne.
Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito
encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer —de acuerdo con la divina
Escritura—, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza
renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando
dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.
Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre,
y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre,
engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación —más aún, antes de
todos los siglos—, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo
hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de
los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto
hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su
propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del
Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito,
y se asemejó en todo a sus hermanos.

De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo —pues es
suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes—, sino para
instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho
hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse —si es que queremos
usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura— que Cristo no recibió el
Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen
todos los bienes.

Responsorio Ez 37, 27-28; Hb 8, 8

R. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo; * y sabrán las naciones que yo soy el Señor
que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.
V. Yo concertaré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá.
R. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre
ellos mi santuario para siempre.

Oración

Oremos:
Oh Dios, que por medio de tu Hijo has hecho clarear para todos los pueblos la aurora de
tu eternidad, concede a tu pueblo reconocer la gloria de su Redentor y llegar un día a la
luz eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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