miércoles, 13 de octubre de 2021

La sabiduría Divina trae grandes lecciones para nuestra vida personal y de fe.



 La sabiduría Divina trae grandes lecciones para nuestra vida personal y de fe.


Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 2,1-11
Tú, que te eriges en juez, sea quien seas, no tienes excusa, pues, al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque haces las mismas cosas, tú que juzgas.
Sabemos que el juicio de Dios contra los que hacen estas cosas es según verdad.
¿Piensas acaso, tú que juzgas a los que hacen estas cosas pero actúas del mismo modo, que vas a escapar del juicio divino? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que la bondad de Dios te lleva a la conversión? Con tu corazón duro e impenitente te estás acumulando cólera para el día de la ira, en que se revelará el justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia.
Tribulación y angustia sobre todo ser humano que haga el mal, primero sobre el judío, pero también sobre el griego; gloria, honor y paz para todo el que haga el bien, primero para el judío, pero también para el griego; porque en Dios no hay acepción de personas.
Palabra de Dios

Cuando Pablo escribe a los de Roma, les advierte de una fea costumbre que todos caemos: constituirse en juez, ese mismo mensaje de exhortación nos lo da a nosotros. Todos hemos caído en el error de creernos “biblias”, mentores, expertos cuando sabemos hacer algo muy bien, y ponemos nuestra opinión por encima de una nueva idea o manera de hacer mejor las cosas. En el fondo es orgullo, porque pensamos que somos mejores que los demás. Así pasa en lo laboral, en el conocimiento, en lo técnico, en el arte, en la música, en la religión.

Hoy Pablo nos recuerda que el mismo Señor nos enseña: no juzguéis y no seréis juzgados. Una tentación muy frecuente para nosotros en cuanto a los comportamientos humanos. Emitir juicios está mal y mucho más cuando no somos conocedores de por qué las personas obran de ésta o aquélla manera. Cuando condenamos a alguien, lo señalamos, y los criticamos no le estamos ayudando para que salga del error. Desde la psicología nos enseña que hay que tratar de conocer y entender la vida del otro, cuales son las motivaciones que lo impulsan hacer esto o aquello, ayudarlo y apoyarlo en ese proceso de corrección. Es importante tener conocimiento de cómo fue su infancia, mirar al otro con ojos de misericordia y ayudarlo a que encuentre la luz para que no se hunda en el error. No condenéis y no seréis condenados, insiste Jesús. La razón: él no ha venido al mundo para condenar sino para que todos se salven por él. Los discípulos de Jesús no estamos llamados a condenar a nadie, aunque sea muy común levantar el dedo para señalar, enjuiciar y condenar.

Un verdadero hij@ de Cristo debe estar lleno de bondad, tolerancia y paciencia. Así se muestra Dios con todos los hombres. Y como tenemos que ser imitadores de Dios, como hij@s querid@s, se nos está pidiendo ser bondadosos, tolerantes y pacientes. Se consigue más con la paciencia que con el enfado. Se alcanza más cuando colaboramos desde la bondad con la esperanza de que se puede cambiar, renovar y construir juntos, pero para ello se necesita que haya muy buena disposición para hacerlo.

Salmo 61,2-3.6-7.9 R/. El Señor paga a cada uno según sus obras

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,42-46
En aquel tiempo, aquel tiempo, dijo el Señor:
«Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo!».
Le replicó un maestro de la ley:
«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros».
Y él dijo:
«¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos!».
Palabra del Señor


En el evangelio tenemos los ¡Ay de vosotros...!

Estas exclamaciones de Jesús surgen ante la hipocresía de los grupos de perfectos, que se presentan como la medida y esquema válido al que todos se tienen que ajustar. Cumplen la letra de la ley, pero dejan de lado el sentir de la misma ley. Pasan por alto, dice Jesús: “el derecho y el amor de Dios”. ¿De qué les sirve esa puntualidad legal si está hueca? No sirve de nada. Por eso el ¡Ay! Ya no significan nada. Tumbas sin señal pisoteadas por todos.

En días pasados escuché dos reflexiones de dos Padres que decían que la bendita pandemia nos había dejado muchas enseñanzas y entre esas como esta realmente la relación con Dios, conmigo mismo y con los demás. Algunos por ejemplo ya no se volvieron a congregar en la Iglesia y prefieren ver la misa por televisión, ya no hay multitudes en la Misa pero a la vez esta purificación nos ayuda a descubrir quienes realmente están y quienes no, quienes se quedaron con la catequesis de la primera comunión y aún no han crecido, quienes tienen a Dios como un accesorio adicional en su vida y otros quienes lo tienen en el centro de sus vidas, quienes siguen en la religiosidad y quienes son verdaderamente seres espirituales. Es por eso que decimos que la sabiduría de Dios nos trae grandes lecciones en la vida personal y de fe.

¿Cómo es la relación con los demás? Cuidado de convertirnos en cargas pesadas para los demás, cuidado con escandalizar a nuestros hermanos porque nuestras actitudes no dejan ver el rostro amoroso y bondadoso de Cristo sino nuestra falta de coherencia, de paciencia e intolerancia. Se sabe que no es fácil comprender al otro y dejar que nos lapiden, nos lastimen, no es ser uno masoquista a imbécil, pero la sabiduría Divina trae grandes lecciones para nuestra vida personal y de fe, por eso hay que llenarse de Dios, que sea Él quien habite en nosotros.  
Nuestras debilidades, benditas debilidades!, Jesús las destapa porque detrás de ellas allí se esconde esa intolerancia e intransigencia: dejando de lado el derecho y el amor de Dios. Y si esto se desconoce, la ley ya no da vida, sino que genera muerte.

Mi amado Jesús, hoy me recuerdas que nuestras obras son hijas de las actitudes que tenemos en la vida. No puedo pretender un cambio en las actuaciones si antes no ha procedido y precedido una renovación en el modo de pensar y en las actitudes personales. No puedo aparentar ser algo que no soy. No se puede pretender cambiar las obras sin que se modifiquen las actitudes, por eso ayúdame a que en mi haya una transformación desde adentro para ser íntegro y coherente. Nada exterior se renueva si antes no ha habido una renovación interior. Gracias Jesús por estar conmigo en este proceso porque no solo me abres el entendimiento para conocer el querer de Dios sino además me sostienes en el proceso de renovación interior. Que por la experiencia de la gracia de tu amor pueda haber una sincera transformación en mí y un verdadero encuentro con el Señor, Amén.

Dios te bendiga,

¡Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!

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 Que la paz y el Amor del Señor permanezca en tu corazón como en el mio...
     Sandra Yudy Zapata Escudero

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