miércoles, 5 de febrero de 2020

El que se apoya en sí mismo termina no apoyándose en Dios.


2 Samuel 24,2.9-17
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: "Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo." Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: "He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura."
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: "Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré."" Gad se presentó a David y le notificó: "¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres días de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?" David contestó: "¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres."
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla. Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: "¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia." El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: "¡Basta! ¡Detén tu mano!".
Palabra de Dios


Salmo 31 " Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado"

Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: "¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?" Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa." No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor


Hoy en la primera lectura nos trae al rey David, definitivamente de este hombre tan santo si que aprendemos bastante cada vez. En cada etapa de su vida vemos una y otra vez sus aciertos y desaciertos; su actuar desde una manera conforme a la voluntad de Dios y otras veces no tanto. Todas estas situaciones de David sí que se hace más cercano a nuestra propia vida, porque nadie puede decir que siempre a caminado derecho en esta vida con el Señor. 

El libro de Samuel vemos cómo David le ordena a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: "Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo." . Con este gesto David quería saber con cuantos contaba probablemente para ir a ganar más batallas, o tal vez para mostrar su poderío y la fuerza de sus soldados. Realmente el pecado de David no fue el censo,  saber cuanto tenia o con qué recurso humano podía contar; el pecado de David fue la intención que había en su corazón. David en ese momento tenía un corazón arrogante. Fue allí cuando a él le remuerde la conciencia y dijo al Señor: "He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.".

Algunos nos puede suceder que caemos en ese error. Pensamos que somos buenos por la gestión que hacemos, o el sacerdote por alcanzar muchos corazones convertidos, o cuando somos exitosos en nuestra vida profesional y social tenemos la tentación de acreditar nuestro yo, nuestro ego. En el fondo es nuestra arrogancia que sale a flor de piel. Todo éxito, logro y reconocimiento es gracias a Dios, porque es El quien esta haciendo la obra, no le quitemos la Gloria a Dios. Algunos predicadores, sacerdotes, religiosos y laicos caemos en este error. Si una obra se mantiene en pie es por la gracia de Dios no es por nuestra gestión. Dios te confía una tarea y si aceptas hacerlo, Él mismo te ayuda para que lo logres.

El censo le daría a conocer a David cuántos soldados tenía, con que contaba y Dios lo puso a contar, lo puso a contar no los vivos sino los muertos por causa de la plaga. David quiso apoyarse en sus fuerzas y al desconfiar de Dios, se apartó y esto trajo muerte a su pueblo. A David se le olvido que todas las victorias logradas para su pueblo eran gracias a Dios. Su  confianza estaba con el Señor y su corazón al estar con el Señor trae bendición a sus obras. Cuando el hombre pretende afianzarse en su realeza, El Señor le muestra que es Él el rey. No permitamos que la arrogancia invada nuestro corazón porque eso nos hace retirar de la confianza en Dios. David con esta lección se aferrara más a Dios por medio de la fe y por medio de la fe logra victorias cada vez más espléndidas para en Nombre de Dios.

Señor Jesús, perdóname por las veces que utilizo mis talentos y dones para vanagloriarme, para acreditar mi persona, mi yo y alimentar mi ego. No permitas que mis actitudes necias ahoguen o quiten la gloria de Dios. No permitas que la arrogancia invada mi corazón  porque eso me hace alejar la confianza en ti y apoyarme en mis propias fuerzas. Examina mis sentimientos que hay en mi corazón, porque las victorias se logran solo cuando me aferro mas a ti y mi confianza esta solo puesta en ti, Amen.  

Dios te bendiga,

Alabado sea Jesucristo por siempre sea alabado!!!!

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