Este fin de semana intenté una receta propia para hacer torta de banano. Distinto a la receta tradicional que básicamente lleva banano, harina, azúcar, huevos y polvo de hornear, quise incorporarle algunos ingredientes un poquito más colombianos. No tenía dudas acerca del sabor, de lo que estaba dudoso era de la cantidad adecuada para que siguiera siendo “torta de banano” y no una mezcla rara. Tuve que esperar un poco más de una hora para ver el resultado. Compartí esta torta con las Hermanas de la Presentación, y aunque les gustó mucho, aún no descubren el ingrediente secreto que hace que mi torta de banano sea distinta.
La semana pasada terminábamos el evangelio escuchando a Jesús decir “Yo soy el pan de vida, quien venga a mí no tendrá hambre, quien crea en mí no tendrá sed.” Nos preguntábamos entonces ¿cómo es esto posible?
Hay dos momentos en el pasaje que leemos este fin de semana (Juan 6:41-51). Primero, la dificultad de la gente para creen en Jesús. Segundo, la respuesta de Jesús ante esa dificultad.
Para la multitud que le seguía era difícil creer que este hombre, a quienes conocían, que aparenta ser común y corriente, diga que él es el pan bajado del cielo Mesías, más aún, que él es mejor que el maná que sus ancestros comieron en el desierto.
Jesús responde a estos cuestionamientos diciendo que creer en él es un regalo del Padre. Tener fe en Jesús no es solamente el resultado de un esfuerzo humano o de un ejercicio mental. Creer en Jesús es un don que Dios otorga. Jesús invita a la multitud a escuchar al Padre. Dios se revela de muchas formas: a través de las Escrituras, a través de la historia, a través de los acontecimientos diarios. Dios se revela en el Amor y el Amor se revela plenamente a través de Jesús. Cuando prestamos atención a las manifestaciones de amor en nuestra vida cotidiana entonces escuchamos la invitación del Padre a creer en Jesús y a seguirlo.
Aquí tenemos una lección práctica de este evangelio: hay que pedir a Dios el don de la fe en su Hijo, la capacidad de escucharlo, entenderlo y seguirlo. Hay que pedirle a Dios que aumente nuestra fe.
En la segunda parte del discurso, Jesús recuerda a la multitud que sus ancestros comieron el maná y murieron pero quien coma de El no morirá. Estamos llenos de alimentos que buscan saciar el hambre humana, no sólo la física, sino sobre todo el hambre existencial, la necesidad de entender el sentido de la vida, la necesidad de amar y sentirse amado, el deseo de vivir plenamente.
Hay diferentes clases de alimentos que nos ofrecen saciar esa hambre: la ciencia, el arte, la cultura, el entretenimiento, los deportes, etc. Nos ofrecen miles de recetas para ser felices, para tener un mejor cuerpo, para sanar las dolencias, para triunfar en los negocios, etc. Hemos usado las instituciones, la cultura, las relaciones personales como alimento para saciar nuestras hambres. La crisis de opioides que vivimos actualmente en los Estados Unidos no es más que un síntoma del hambre existencial de muchas personas quienes buscando una cura para su dolor físico, terminan enganchadas en una adicción que les da una satisfacción inmediata pero que les deja un vacío peor.
Jesús ofrece un pan, pero este es un pan especial. Al menos dos veces repite que este es el pan bajado del cielo. Al ofrecerse como alimento que da vida eterna nos invita a adentrarnos en el camino de sus enseñanzas, en el camino de su ejemplo, en el misterio de su vida, su muerte y su resurrección para encontrar en El la realización, la felicidad, la plenitud que buscamos y que a veces es tan escurridiza.
Pero la receta de este alimento es una receta misteriosa. Primero porque, como lo dije la semana pasada, no se trata de comida rápida o de un programa de doce pasos para ser feliz o hacerse rico. Este es un pan distinto, especial y único. Segundo, porque Jesús termina hablando de su carne que se ofrece como alimento para la vida del mundo. No es solamente pan, sino carne.
¿Cuál es la carne que Jesús nos ofrece?
Creo que logré una torta de pan distinta a las que venden en los supermercados por el ingrediente secreto que le puse. Aún tenemos dos fines de semana para descubrir que es especial y distinto en este pan que Jesús nos ofrece, sobre todo para entender qué significa comer su carne.