CRISTO NOS HA LLAMADO A SU REINO Y GLORIA
Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre
y del amado Jesucristo establecida en Esmirna de Asia, la que ha alcanzado toda clase de
dones por la misericordia de Dios, la que está colmada de fe y de caridad y a la cual no
falta gracia alguna, la que es amadísima de Dios y portadora de santidad: mi más cordial
saludo en espíritu irreprochable y en la palabra de Dios.
Doy gracias a Jesucristo Dios, por haberos otorgado tan gran sabiduría; he podido ver,
en efecto, cómo os mantenéis estables e inconmovibles en vuestra fe, como si estuvierais
clavados en cuerpo y alma a la cruz del Señor Jesucristo, y cómo os mantenéis firmes en
la caridad por la sangre de Cristo, creyendo con fe plena y firme en nuestro Señor, el cual
procede verdaderamente de la estirpe de David, según la carne, es Hijo de Dios por la
voluntad y el poder del mismo Dios, nació verdaderamente de la Virgen, fue bautizado por
Juan para cumplir así todo lo que Dios quiere; finalmente, su cuerpo fue verdaderamente
crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y del tetrarca Herodes (y de su divina y
bienaventurada pasión somos fruto nosotros), para, mediante su resurrección, elevar su
estandarte para siempre en favor de sus santos y fieles, tanto judíos como gentiles,
reunidos todos en el único cuerpo de su Iglesia.
Todo esto lo sufrió por nosotros, para que alcanzáramos la salvación; y sufrió
verdaderamente, como también se resucitó a sí mismo verdaderamente.
Yo sé que después de su resurrección tuvo un cuerpo verdadero, como sigue aún
teniéndolo. Por esto, cuando se apareció a Pedro y a sus compañeros, les dijo: Tocadme y
palpadme, y daos cuenta de que no soy un ser fantasmal e incorpóreo. Y, al punto, lo
tocaron y creyeron, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu. Esta fe les hizo
capaces de despreciar y vencer la misma muerte. Después de su resurrección, el Señor
comió y bebió con ellos como cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque
espiritualmente estaba unido al Padre.
Quiero insistir acerca de estas cosas, queridos hermanos, aunque ya sé que las creéis.
y del amado Jesucristo establecida en Esmirna de Asia, la que ha alcanzado toda clase de
dones por la misericordia de Dios, la que está colmada de fe y de caridad y a la cual no
falta gracia alguna, la que es amadísima de Dios y portadora de santidad: mi más cordial
saludo en espíritu irreprochable y en la palabra de Dios.
Doy gracias a Jesucristo Dios, por haberos otorgado tan gran sabiduría; he podido ver,
en efecto, cómo os mantenéis estables e inconmovibles en vuestra fe, como si estuvierais
clavados en cuerpo y alma a la cruz del Señor Jesucristo, y cómo os mantenéis firmes en
la caridad por la sangre de Cristo, creyendo con fe plena y firme en nuestro Señor, el cual
procede verdaderamente de la estirpe de David, según la carne, es Hijo de Dios por la
voluntad y el poder del mismo Dios, nació verdaderamente de la Virgen, fue bautizado por
Juan para cumplir así todo lo que Dios quiere; finalmente, su cuerpo fue verdaderamente
crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y del tetrarca Herodes (y de su divina y
bienaventurada pasión somos fruto nosotros), para, mediante su resurrección, elevar su
estandarte para siempre en favor de sus santos y fieles, tanto judíos como gentiles,
reunidos todos en el único cuerpo de su Iglesia.
Todo esto lo sufrió por nosotros, para que alcanzáramos la salvación; y sufrió
verdaderamente, como también se resucitó a sí mismo verdaderamente.
Yo sé que después de su resurrección tuvo un cuerpo verdadero, como sigue aún
teniéndolo. Por esto, cuando se apareció a Pedro y a sus compañeros, les dijo: Tocadme y
palpadme, y daos cuenta de que no soy un ser fantasmal e incorpóreo. Y, al punto, lo
tocaron y creyeron, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu. Esta fe les hizo
capaces de despreciar y vencer la misma muerte. Después de su resurrección, el Señor
comió y bebió con ellos como cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque
espiritualmente estaba unido al Padre.
Quiero insistir acerca de estas cosas, queridos hermanos, aunque ya sé que las creéis.
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