domingo, 14 de abril de 2019

Lectio Divina

BENDITO EL QUE VIENE, COMO REY, EN NOMBRE DEL SEÑOR
Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al
encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia
su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los
hombres.
Porque el que va libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los
hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y
colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, fuerza y
dominación, y por encima de todo nombre conocido.
Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No
porfiará —dice—, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, y
se presentará sin espectacularidad alguna.
Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes
salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo,
vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más

humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos
al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente
captado por nosotros.
Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que
asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con
nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.
Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición,
ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente, es decir, según me parece, hacia
su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género
humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más
ínfimo de la tierra hasta lo más alto de los cielos.
Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo
sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían verdor, su fruto
y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los
que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así
debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.
Y sí antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la
blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor
de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.
Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras
agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del
Señor.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que nuestro Salvador se anonadase,
haciéndose hombre y muriendo en la cruz, para que todos nosotros imitáramos su ejemplo
de humildad, concédenos seguir las enseñanzas de su pasión, para que un día
participemos en su resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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