viernes, 26 de abril de 2019

Lectio Divina

LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
 
Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos semejantes al Hijo de
Dios. Porque Dios nos predestinó para la adopción, nos hizo conformes al cuerpo glorioso
de Cristo. Hechos, por tanto, partícipes de Cristo, (que significa Ungido), con toda razón
os llamáis ungidos y Dios mismo dijo de vosotros: No toquéis a mis ungidos.
Fuisteis convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu Santo: pues con relación a
vosotros todo se realizó en símbolo e imagen; en definitiva, sois imagen de Cristo.
Por cierto que él, cuando fue bautizado en el río Jordán comunicó a las aguas el
fragante perfume de su divinidad y, al salir de ellas, el Espíritu Santo descendió
substancialmente sobre él como un igual sobre su igual.
Igualmente vosotros, después que subisteis de la piscina, recibisteis el crisma, signo de
aquel mismo Espíritu Santo con el que Cristo fue ungido. De este Espíritu decía el profeta
Isaías en una profecía relativa a sí mismo pero en cuanto que representaba al Señor: El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar
la buena noticia a los que sufren.

Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres, su unción no se hizo con óleo o
ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo,
y su unción fue el Espíritu Santo tal como dice san Pedro: Jesús de Nazaret, ungido por
Dios con la fuerza del Espíritu Santo, y anuncia también el profeta David: Tu trono, oh
Dios, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real. Has amado la justicia y
odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre
todos tus compañeros.
Cristo fue ungido con el aceite espiritual de júbilo, es decir, con el Espíritu Santo, que
se llama aceite de júbilo, porque es el autor y la fuente de toda alegría espiritual, pero
vosotros, al ser ungidos con ungüento material, habéis sido hechos partícipes y consortes
del mismo Cristo.

Por lo demás no se te ocurra pensar que se trata de un simple y común ungüento.
Pues, de la misma manera que, después de la invocación del Espíritu Santo, el pan de la
Eucaristía no es ya un simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite,
después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración consecratoria, no es ya un
simple aceite ni un ungüento común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que
realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Por eso, este ungüento se
aplica simbólicamente sobre la frente y los demás sentidos, para que mientras se unge el
cuerpo con un aceite visible, el alma quede santificada por el santo y vivificante Espíritu.

Responsorio Ef 1, 13b-14; 2 Co 1, 21b-22

R. Al abrazar la fe, habéis sido sellados con el sello del Espíritu Santo prometido, prenda
de nuestra herencia, * para la redención del pueblo que Dios adquirió para sí. Aleluya.
V. Dios nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda
suya, el Espíritu.
R. Para la redención del pueblo que Dios adquirió para sí. Aleluya.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que por el misterio pascual has restablecido tu alianza con los
hombres, concédenos realizar en la vida cuanto celebramos en la fe. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Amén

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