ALABANZA DE CRISTO
Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo,
eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura,
pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la
vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de
entre los muertos.
La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia
eterna. Corruptible el cordero pascual pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como
cordero, resucitó como Dios.
Porque él fue como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era un cordero; y
como oveja enmudecía, y sin embargo no era una oveja: en efecto, ha pasado la figura y
ha llegado la realidad: en lugar de un cordero tenemos a Dios, en lugar de una oveja
tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo, que lo contiene todo.
El sacrificio del cordero, el rito de la Pascua y la letra de la ley tenían por objetivo final
a Cristo Jesús, por quien todo acontecía en la ley antigua y, con razón aún mayor, en la
nueva economía.
La ley se convirtió en la Palabra y de antigua se ha hecho nueva (ambas salieron de
Sión y de Jerusalén). El mandamiento se transformó en gracia y la figura en realidad; el
cordero vino a ser el Hijo; la oveja, hombre y el hombre, Dios.
El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el que sufría,
fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado
por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitando de entre los muertos, exclamó con voz
potente: ¿Quién tiene algo contra mí? ¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al
condenado, yo quien he vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya
estaba sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy —dice Cristo— el que venció la
muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta
lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo.
Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid
el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación,
soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra
resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre
de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder
de mi diestra».
eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura,
pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la
vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de
entre los muertos.
La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia
eterna. Corruptible el cordero pascual pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como
cordero, resucitó como Dios.
Porque él fue como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era un cordero; y
como oveja enmudecía, y sin embargo no era una oveja: en efecto, ha pasado la figura y
ha llegado la realidad: en lugar de un cordero tenemos a Dios, en lugar de una oveja
tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo, que lo contiene todo.
El sacrificio del cordero, el rito de la Pascua y la letra de la ley tenían por objetivo final
a Cristo Jesús, por quien todo acontecía en la ley antigua y, con razón aún mayor, en la
nueva economía.
La ley se convirtió en la Palabra y de antigua se ha hecho nueva (ambas salieron de
Sión y de Jerusalén). El mandamiento se transformó en gracia y la figura en realidad; el
cordero vino a ser el Hijo; la oveja, hombre y el hombre, Dios.
El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el que sufría,
fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado
por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitando de entre los muertos, exclamó con voz
potente: ¿Quién tiene algo contra mí? ¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al
condenado, yo quien he vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya
estaba sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy —dice Cristo— el que venció la
muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta
lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo.
Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid
el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación,
soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra
resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre
de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder
de mi diestra».
Oremos:
Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos
hijos, concede a cuantos han renacido de la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con
la fe que profesaron. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
hijos, concede a cuantos han renacido de la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con
la fe que profesaron. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
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