miércoles, 6 de marzo de 2019

Lectio Divina

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Caps. 7, 4-8, 3; 8, 5-9, 1; 13, 1-4; 19, 2: Funk 1, 71-73. 77-78. 87)
 
CONVERTÍOS
Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán
preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación,
alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

Recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de generación en
generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé
predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la
destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a
fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de
la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también, con juramento, de
la penitencia diciendo: Por mi vida —oráculo del Señor—, juro que no quiero la muerte del
malvado, sino que cambie de conducta; y añade aquella hermosa sentencia: Cesad de
obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo «Aunque vuestros pecados lleguen
hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a mí de
todo corazón y decís: "Padre", os escucharé como a mi pueblo santo».

Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la penitencia, lo
confirmó así con su omnipotente voluntad.

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e, implorando con súplicas
su misericordia y benignidad, recurramos a su benevolencia y convirtámonos, dejadas a
un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia, que conduce a la muerte.
Seamos, pues, humildes, hermanos, y, deponiendo toda jactancia, ostentación e
insensatez, y los arrebatos de la ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu
Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se
gloríe el rico de su riqueza; el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, para buscarle a él y
practicar el derecho y la justicia; especialmente si tenemos presentes las palabras del
Señor Jesús, aquellas que pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.
Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia; perdonad, y se os
perdonará; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad, y se os dará; no
juzguéis, y no os juzgarán; como usareis la benignidad, así la usarán con vosotros; la
medida que uséis la usarán con vosotros.

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder
caminar, con toda humildad, en la obediencia a sus santos consejos. Pues dice la Escritura
santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis
palabras.

Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres
hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada
desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo,
acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.

Responsorio

R. Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor y él
tendrá piedad; * porque el Señor, nuestro Dios, es compasivo y misericordioso y se
arrepiente de las amenazas.
V. No se complace el Señor en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y
viva.
R. Porque el Señor, nuestro Dios, es compasivo y misericordioso y se arrepiente de las
amenazas.

Oración

Oremos:
Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en
espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el
combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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