CRISTO RECONCILIÓ EL MUNDO CON DIOS POR SU PROPIA SANGRE
Cristo, que reconcilió el mundo con Dios, personalmente no tuvo necesidad de
reconciliación. Él, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y
así, cuando le pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que
pagar por el pecado, preguntó a Pedro: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a
quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?," Contestó: "A los
extraños." Jesús le dijo: "Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no
escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y
encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mi y por ti".
Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados
propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba
exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto,
goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En
cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de
todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los
demás.
Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino
que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos
tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él
mismo es el rescate de todos los hombres.
¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre después que Cristo ha derramado la
suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay
algún ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente
ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre?
¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún
abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y
dio su vida por nuestro rescate?
No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es
la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho
nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí
nuestro trabajos. Y así decía: Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os aliviaré.
reconciliación. Él, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y
así, cuando le pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que
pagar por el pecado, preguntó a Pedro: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a
quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?," Contestó: "A los
extraños." Jesús le dijo: "Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no
escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y
encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mi y por ti".
Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados
propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba
exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto,
goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En
cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de
todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los
demás.
Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino
que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos
tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él
mismo es el rescate de todos los hombres.
¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre después que Cristo ha derramado la
suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay
algún ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente
ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre?
¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún
abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y
dio su vida por nuestro rescate?
No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es
la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho
nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí
nuestro trabajos. Y así decía: Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os aliviaré.
Responsorio Sal 33, 4. 6; Col 1, 12-13
R. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. *
Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
V. Nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; nos ha
sacado del dominio de las tinieblas.
R. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
V. Nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; nos ha
sacado del dominio de las tinieblas.
R. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
Oración
Oremos:
Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en
nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas consigamos
alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas consigamos
alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
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