martes, 20 de agosto de 2019

Lectio Divina

PREPARADA POR EL ALTÍSIMO, DESIGNADA ANTICIPADAMENTE POR LOS PADRES ANTIGUOS
 
El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual él sabía que había de serle conveniente y agradable. Quiso, pues, nacer de una virgen inmaculada, él, el inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos.
Quiso que su madre fuese humilde, ya que él, manso y humilde de corazón, había de dar a todos el ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y el mismo que ya antes había inspirado a la Virgen el propósito de la virginidad y la había enriquecido con el don de la humildad le otorgó también el don de la maternidad divina.
De otro modo, ¿cómo el ángel hubiese podido saludarla pues como llena de gracia, si hubiera habido en ella algo, por poco que fuese, que no poseyera por gracia? Así, pues, la que había de concebir y dar a luz al Santo de los santos recibió el don de la virginidad para que fuese santa en el cuerpo, el don de la humildad para que fuese santa en el espíritu.
Así, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia atrajo sobre sí las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial.
Fue enviado el ángel, dice el Evangelio, a la Virgen. Virgen en su cuerpo, virgen en su alma, virgen por su decisión, virgen, finalmente, tal cual la describe el Apóstol, santa en el cuerpo y en el alma; no hallada recientemente y por casualidad, sino elegida desde la eternidad, predestinada y preparada por el Altísimo para él mismo, guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los padres antiguos, prometida por los profetas.

Responsorio Dt 32, 39; Ap 1, 18

R. Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo mismo * y no hay quien pueda librar de mi mano.
V. Yo tengo las llaves de la muerte y del hades.
R. Y no hay quien pueda librar de mi mano.

Oración

Oremos:
Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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