VAMOS A SUBIR AL MONTE DEL SEÑOR
Lo que habíamos oído lo hemos visto. ¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste,
en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste
en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que
ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada
por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del
orbe; ve cómo se ha cumplido ya aquella predicción: Que se postren ante él todos los
reyes, y que todos los pueblos le sirvan. Y aquella otra: Elévate sobre el cielo, Dios mío; y
llene la tierra tu gloria. Mira a aquel cuyas manos y pies fueron traspasados por los clavos,
cuyos huesos pudieron contarse cuando pendía en la cruz, cuyas vestiduras fueron
sorteadas; mira cómo reina ahora el mismo que ellos vieron pendiente de la cruz. Ve cómo
se cumplen aquellas palabras: Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del
orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Y, viendo esto, exclama
lleno de gozo: Lo que habíamos oído lo hemos visto.
Con razón se aplican a la Iglesia llamada de entre los gentiles las palabras del salmo:
Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa paterna. Escucha y mira: primero escuchas
lo que no ves, luego verás lo que escuchaste. Un pueblo extraño —dice otro salmo— fue
mi vasallo; me escuchaban y me obedecían. Si obedecían porque escuchaban es señal de
que no veían. ¿Y cómo hay que entender aquellas palabras: Verán algo que no les ha sido
anunciado y entenderán sin haber oído? Aquellos a los que no habían sido enviados los
profetas, los que anteriormente no pudieron oírlos, luego, cuando los oyeron, los
entendieron y se llenaron de admiración. Aquellos otros, en cambio, a los que habían sido
enviados, aunque tenían sus palabras por escrito, se quedaron en ayunas de su significado
y, aunque tenían las tablas de la ley, no poseyeron la heredad. Pero nosotros, lo que
habíamos oído lo hemos visto.
En la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios. Aquí es donde
hemos oído y visto. Dios la ha fundado para siempre. No se engrían los que dicen: El
Mesías está aquí o está allí. El que dice: Está aquí o está allí induce a división. Dios ha
prometido la unidad: los reyes se alían, no se dividen en facciones. Y esta ciudad, centro
de unión del mundo, no puede en modo alguno ser destruida: Dios la ha fundado para
siempre. Por tanto, si Dios la ha fundado para siempre, no hay temor de que cedan sus
cimientos.
en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste
en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que
ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada
por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del
orbe; ve cómo se ha cumplido ya aquella predicción: Que se postren ante él todos los
reyes, y que todos los pueblos le sirvan. Y aquella otra: Elévate sobre el cielo, Dios mío; y
llene la tierra tu gloria. Mira a aquel cuyas manos y pies fueron traspasados por los clavos,
cuyos huesos pudieron contarse cuando pendía en la cruz, cuyas vestiduras fueron
sorteadas; mira cómo reina ahora el mismo que ellos vieron pendiente de la cruz. Ve cómo
se cumplen aquellas palabras: Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del
orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Y, viendo esto, exclama
lleno de gozo: Lo que habíamos oído lo hemos visto.
Con razón se aplican a la Iglesia llamada de entre los gentiles las palabras del salmo:
Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa paterna. Escucha y mira: primero escuchas
lo que no ves, luego verás lo que escuchaste. Un pueblo extraño —dice otro salmo— fue
mi vasallo; me escuchaban y me obedecían. Si obedecían porque escuchaban es señal de
que no veían. ¿Y cómo hay que entender aquellas palabras: Verán algo que no les ha sido
anunciado y entenderán sin haber oído? Aquellos a los que no habían sido enviados los
profetas, los que anteriormente no pudieron oírlos, luego, cuando los oyeron, los
entendieron y se llenaron de admiración. Aquellos otros, en cambio, a los que habían sido
enviados, aunque tenían sus palabras por escrito, se quedaron en ayunas de su significado
y, aunque tenían las tablas de la ley, no poseyeron la heredad. Pero nosotros, lo que
habíamos oído lo hemos visto.
En la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios. Aquí es donde
hemos oído y visto. Dios la ha fundado para siempre. No se engrían los que dicen: El
Mesías está aquí o está allí. El que dice: Está aquí o está allí induce a división. Dios ha
prometido la unidad: los reyes se alían, no se dividen en facciones. Y esta ciudad, centro
de unión del mundo, no puede en modo alguno ser destruida: Dios la ha fundado para
siempre. Por tanto, si Dios la ha fundado para siempre, no hay temor de que cedan sus
cimientos.
Responsorio Lv 26, 11-12; 2 Co 6, 16
R. Pondré mi morada entre vosotros y no os rechazaré. * Caminaré entre vosotros y seré
vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.
V. Nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios.
R. Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.
vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.
V. Nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios.
R. Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.
Oración
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente invocamos con el nombre de Padre,
intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar
en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
intensifica en nosotros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar
en posesión de la herencia que nos tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
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