sábado, 31 de agosto de 2019

Lectio Divina

AL ADORNAR EL TEMPLO, NO DESPRECIES AL HERMANO NECESITADO
¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples
desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo
abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo; y con su
palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de
comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a
mi en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza
de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de
ellos.
Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que él desea ser
honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él
le agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor
cuando no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que
el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor el honor que él
mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente
necesidad de vasos de oro, pero sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.
No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos,
pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe
pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su

templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto,
de la ofrenda hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna
saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo puede
ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad.
¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere
de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás
la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso
de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas
al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime
si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su
hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias
de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto
de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro,
afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su
indigencia con la más sarcástica de tus ironías?
Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante,
peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las
columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo
cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir
el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno
sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el
hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado
por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la
compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto,
al adornar el templo procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es
mucho más precioso que aquel otro.

Responsorio Mt 25, 35. 40; Pr 19, 17

R. Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me
hospedasteis. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis.
V. Quien se apiada del pobre presta al Señor.
R. Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis.

Oración

Oremos:
Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el
amor a tus preceptos y esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes
del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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