domingo, 18 de agosto de 2019

Lectio Divina

SAL DE LA TIERRA Y LUZ DEL MUNDO
Vosotros sois la sal de la tierra. Es como si les dijera: "El mensaje que se os comunica
no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque
no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una
nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a
un mundo por cierto muy mal dispuesto." Porque, al decir: Vosotros sois la sal de la tierra,
enseña que todos los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado.
Por ello, exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y
útiles para el cuidado de los demás. En efecto, la mansedumbre, la moderación, la
misericordia, la justicia son unas virtudes que no quedan limitadas al provecho propio del
que las posee, sino que son como unas fuentes insignes que manan también en provecho
de los demás. Lo mismo podemos afirmar de la pureza de corazón, del amor a la paz y a
la verdad, ya que el que posee estas cualidades las hace redundar en utilidad de todos.
"No penséis —viene a decir— que el combate al que se os llama es de poca importancia
y que la causa que se os encomienda es exigua: Vosotros sois la sal de la tierra. ¿Significa
esto que ellos restablecieron lo que estaba podrido? En modo alguno. De nada sirve echar
sal a lo que ya está podrido. Su labor no fue ésta; lo que ellos hicieron fue echar sal y
conservar, así, lo que el Señor había antes renovado y liberado de la fetidez,
encomendándoselo después a ellos, porque liberar de la fetidez del pecado fue obra del
poder de Cristo; pero el no recaer en aquella fetidez era obra de la diligencia y esfuerzo de
sus discípulos.
¿Te das cuenta de cómo va enseñando gradualmente que
éstos son superiores a los profetas? No dice, en efecto, que hayan de ser maestros de
Palestina, sino de todo el orbe. "No os extrañe, pues —viene a decirles—, si, dejando
ahora de lado a los demás, os hablo a vosotros solos y os enfrento a tan grandes peligros.
Considerad a cuántas y cuán grandes ciudades, pueblos, naciones os he de enviar en
calidad de maestros. Por esto, no quiero que seáis vosotros solos prudentes, sino que
hagáis también prudentes a los demás. Y muy grande ha de ser la prudencia de aquellos
que son responsables de la salvación de los más, y muy grande ha de ser su virtud, para
que puedan comunicarla a los otros. Si no es así, ni tan siquiera podréis bastaros a
vosotros mismos.
En efecto, si los otros han perdido el sabor, pueden recuperarlo por vuestro ministerio;
pero, si sois vosotros los que os tornáis insípidos, arrastraréis también a los demás con
vuestra perdición. Por esto, cuanto más importante es el asunto que se os encomienda,
más grande debe ser vuestra solicitud". Y así, añade: Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la
salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Para que no teman lanzarse al combate, al oír aquellas palabras: Cuando os insulten y
os persigan y os calumnien de cualquier modo, les dice de modo equivalente: "Si no estáis
dispuestos a tales cosas, en vano habéis sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal
que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais
vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su

austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es
morder y escocer a los que llevan una vida de molicie.
Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán
prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas, cedéis en la vehemencia
conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de
vosotros y todos os despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente."
A continuación, propone una comparación más elevada: Vosotros sois la luz del mundo.
De nuevo se refiere al mundo, no a una sola nación ni a veinte ciudades, sino al orbe
entero; luz que, como la sal de que ha hablado antes, hay que entenderla en sentido
espiritual, luz más excelente que los rayos de este sol que nos ilumina. Habla primero de
la sal, luego de la luz, para que entendamos el gran provecho que se sigue de una
predicación austera, de unas enseñanzas tan exigentes. Esta predicación, en efecto, es
como si nos atara, impidiendo nuestra dispersión, y nos abre los ojos al enseñarnos el
camino de la virtud. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín. Con estas palabras,
insiste el Señor en la perfección de vida que han de llevar sus discípulos y en la vigilancia
que han de tener sobre su propia conducta, ya que ella está a la vista de todos, y el
palenque en que se desarrolla su combate es el mundo entero.

Responsorio Hch 1, 8; Mt 5, 16

R. Recibiréis la fortaleza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros; * y seréis mis
testigos hasta los últimos confines de la tierra.
V. Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a
vuestro Padre celestial.
R. Y seréis mis testigos hasta los últimos confines de la tierra.


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