domingo, 11 de agosto de 2019

Lectio Divina

CON LAZOS DE AMOR
Dulce Señor mío, vuelve generosamente tus ojos misericordiosos hacia este tu pueblo,
al mismo tiempo que hacia el cuerpo místico de tu Iglesia; porque será mucho mayor tu
gloria si te apiadas de la inmensa multitud de tus criaturas, que si sólo te compadeces de
mí, miserable, que tanto ofendí a tu Majestad. Y ¿cómo iba yo a poder consolarme,
viéndome disfrutar de la vida al mismo tiempo que tu pueblo se hallaba sumido en la
muerte, y contemplando en tu amable Esposa las tinieblas de los pecados, provocadas
precisamente por mis defectos y los de tus restantes criaturas?
Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, que la inestimable caridad que te
impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué
cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante
dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a
tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco
abiertamente que a causa de la culpa del pecado perdió con toda justicia la dignidad en
que la habías puesto.

A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte denuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito: Él fue
efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, alcastigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la
obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra
humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda
mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta
lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?
Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el
hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de
Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso
amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma,
que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas.

Responsorio Sal 100, 1-2

R. Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor. * Caminaré por la
senda perfecta, ¿cuándo vendrás a mí?
V. Procederé con rectitud de corazón dentro de mi casa.
R. Caminaré por la senda perfecta, ¿cuándo vendrás a mí?

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