PRIMOGÉNITO DE LA NUEVA CREACIÓN
Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte. Han
aparecido otro nacimiento, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra
misma naturaleza. ¿De qué nacimiento se habla? Del de aquellos que no han nacido de
sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
¿Preguntas que cómo es esto posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este nuevo ser
lo engendra la fe; la regeneración del bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo
amamanta con su doctrina e instituciones y con su pan celestial lo alimenta; llega a la
edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la sabiduría; sus
hijos, la esperanza; su casa, el reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso;
su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos.
Éste es el día en que actuó el Señor, día totalmente distinto de aquellos otros
establecidos desde el comienzo de los siglos y que son medidos por el paso del tiempo.
Este día es el principio de una nueva creación, porque, como dice el profeta, en este día
Dios ha creado un cielo nuevo y una tierra nueva. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en
Cristo. Y, ¿qué tierra? El corazón bueno que, como dijo el Señor, es semejante a aquella
tierra que se impregna con la lluvia que desciende sobre ella y produce abundantes
espigas.
En esta nueva creación, el sol es la vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire,
una conducta sin tacha; el mar, aquel abismo de generosidad, de sabiduría y de
conocimiento de Dios; las hierbas y semillas, la buena doctrina y las enseñanzas divinas
en las que el rebaño, es decir, el pueblo de Dios, encuentra su pasto; los árboles que
llevan fruto son la observancia de los preceptos divinos.
En este día es creado el verdadero hombre, aquel que fue hecho a imagen y
semejanza de Dios. ¿No es, por ventura, un nuevo mundo el que empieza para ti en este
día en que actuó el Señor? ¿No habla de este día el Profeta, al decir que será un día y una
noche que no tienen semejante?
Pero aún no hemos hablado del mayor de los privilegios de este día de gracia: lo más
importante de este día es que él destruyó el dolor de la muerte y dio a luz al primogénito
de entre los muertos, a aquel que hizo este admirable anuncio: Subo al Padre mío y Padre
vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.
¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre
semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos
y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su
raza.
aparecido otro nacimiento, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra
misma naturaleza. ¿De qué nacimiento se habla? Del de aquellos que no han nacido de
sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
¿Preguntas que cómo es esto posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este nuevo ser
lo engendra la fe; la regeneración del bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo
amamanta con su doctrina e instituciones y con su pan celestial lo alimenta; llega a la
edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la sabiduría; sus
hijos, la esperanza; su casa, el reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso;
su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos.
Éste es el día en que actuó el Señor, día totalmente distinto de aquellos otros
establecidos desde el comienzo de los siglos y que son medidos por el paso del tiempo.
Este día es el principio de una nueva creación, porque, como dice el profeta, en este día
Dios ha creado un cielo nuevo y una tierra nueva. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en
Cristo. Y, ¿qué tierra? El corazón bueno que, como dijo el Señor, es semejante a aquella
tierra que se impregna con la lluvia que desciende sobre ella y produce abundantes
espigas.
En esta nueva creación, el sol es la vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire,
una conducta sin tacha; el mar, aquel abismo de generosidad, de sabiduría y de
conocimiento de Dios; las hierbas y semillas, la buena doctrina y las enseñanzas divinas
en las que el rebaño, es decir, el pueblo de Dios, encuentra su pasto; los árboles que
llevan fruto son la observancia de los preceptos divinos.
En este día es creado el verdadero hombre, aquel que fue hecho a imagen y
semejanza de Dios. ¿No es, por ventura, un nuevo mundo el que empieza para ti en este
día en que actuó el Señor? ¿No habla de este día el Profeta, al decir que será un día y una
noche que no tienen semejante?
Pero aún no hemos hablado del mayor de los privilegios de este día de gracia: lo más
importante de este día es que él destruyó el dolor de la muerte y dio a luz al primogénito
de entre los muertos, a aquel que hizo este admirable anuncio: Subo al Padre mío y Padre
vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.
¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre
semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos
y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su
raza.
Responsorio 1 Co 15, 21-22; 2 Pe 3, 13
R. Por un hombre hubo muerte y por otro hombre hay resurrección de los muertos; * y lo
mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.
Aleluya.
V. Nosotros, conforme a la promesa del Señor, esperamos cielos nuevos y tierra nueva.
R. Y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la
vida. Aleluya.
mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.
Aleluya.
V. Nosotros, conforme a la promesa del Señor, esperamos cielos nuevos y tierra nueva.
R. Y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la
vida. Aleluya.
Oración
Oremos:
Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el
amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las
vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por
nuestro Señor Jesucristo.
amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las
vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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