LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN
Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros
padres por los profetas, y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el
Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres, y curar a
los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, como Mediador entre Dios y
los hombres. En efecto, su misma humanidad, unida a la persona del Verbo, fue
instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra
reconciliación, y se nos otorgó la plenitud del culto divino.
Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, cuyo preludio
habían sido las maravillas divinas llevadas a cabo en el pueblo del antiguo Testamento,
Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión,
resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, muriendo
destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida. Pues el admirable sacramento de
la Iglesia entera brotó del costado de Cristo dormido en la cruz.
Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo, a su vez, envió a
los apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió para que, al predicar el Evangelio
a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del
poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a que
realizaran la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos,
en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Así, por el bautismo, los hombres son
injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y
resucitan con él, reciben el espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar:
"«¡Abba»!" (Padre), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre.
Del mismo modo, cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que
vuelva. Por eso precisamente el mismo día de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó
al mundo, los que aceptaron las palabras de Pedro se bautizaron. Y eran constantes en
escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones, alabando a Dios, y eran bien vistos de todo el pueblo. Desde entonces, la
Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo lo que serefiere a Él en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo
presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias, al mismo tiempo, a Dios,
por su don inexpresable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.
verdad, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros
padres por los profetas, y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el
Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres, y curar a
los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, como Mediador entre Dios y
los hombres. En efecto, su misma humanidad, unida a la persona del Verbo, fue
instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra
reconciliación, y se nos otorgó la plenitud del culto divino.
Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, cuyo preludio
habían sido las maravillas divinas llevadas a cabo en el pueblo del antiguo Testamento,
Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión,
resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, muriendo
destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida. Pues el admirable sacramento de
la Iglesia entera brotó del costado de Cristo dormido en la cruz.
Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo, a su vez, envió a
los apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió para que, al predicar el Evangelio
a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del
poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a que
realizaran la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos,
en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Así, por el bautismo, los hombres son
injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y
resucitan con él, reciben el espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar:
"«¡Abba»!" (Padre), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre.
Del mismo modo, cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que
vuelva. Por eso precisamente el mismo día de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó
al mundo, los que aceptaron las palabras de Pedro se bautizaron. Y eran constantes en
escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones, alabando a Dios, y eran bien vistos de todo el pueblo. Desde entonces, la
Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo lo que serefiere a Él en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo
presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias, al mismo tiempo, a Dios,
por su don inexpresable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.
Responsorio Jn 15, 1. 5. 9
R. Yo soy la vid verdadera y vosotros sois los sarmientos; * el que permanece en mí, como
yo en él, da mucho fruto. Aleluya.
V. Como el Padre me amó, así también yo os he amado a vosotros; permaneced en mi
amor.
R. El que permanece en mí, como yo en él, da mucho fruto. Aleluya.
yo en él, da mucho fruto. Aleluya.
V. Como el Padre me amó, así también yo os he amado a vosotros; permaneced en mi
amor.
R. El que permanece en mí, como yo en él, da mucho fruto. Aleluya.
Oración
Oremos:
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos
siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la
libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la
libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
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