jueves, 5 de septiembre de 2019

Lectio Divina

METERÉ MI LEY EN SU PECHO
 
Amadísimos hermanos: Al predicar nuestro Señor Jesucristo el Evangelio del reino, y al
curar por toda Galilea enfermedades de toda especie, la fama de sus milagros se había
extendido por toda Siria, y, de toda la Judea, inmensas multitudes acudían al médico
celestial. Como a la flaqueza humana le cuesta creer lo que no ve y esperar lo que ignora,
hacía falta que la divina sabiduría les concediera gracias corporales y realizara visibles
milagros, para animarles y fortalecerles, a fin de que, al palpar su poder bienhechor,
pudieran reconocer que su doctrina era salvadora.
Queriendo, pues, el Señor convertir las curaciones externas en remedios internos y
llegar, después de sanar los cuerpos, a la curación de las almas, apartándose de las turbas
que lo rodeaban, y llevándose consigo a los apóstoles; buscó la soledad de un monte
próximo. Quería enseñarles lo más sublime de su doctrina, y la mística cátedra y demás
circunstancias que de propósito escogió daban a entender que era el mismo que en otro
tiempo se dignó hablar a Moisés. Mostrando, entonces, más bien su terrible justicia;
ahora, en cambio, su bondadosa clemencia. Y así se cumplía lo prometido, según las
palabras de Jeremías: Mirad que llegan días -oráculo del Señor-en que haré con la casa
de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Después de aquellos días -oráculo del
Señor-meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.
Así, pues, el mismo que habló a Moisés fue el que habló a los apóstoles, y era también
la ágil mano del Verbo la que grababa en lo íntimo de los corazones de sus discípulos los
decretos del nuevo Testamento; sin que hubiera como en otro tiempo densos nubarrones
que lo ocultaran, ni terribles truenos y relámpagos que aterrorizaran al pueblo,
impidiéndole acercarse a la montaña, sino una sencilla charla que llegaba tranquilamente
a los oídos de los circunstantes. Así era como el rigor de la ley se veía suplantado por la
dulzura de la gracia, y el espíritu de hijos adoptivos sucedía al de esclavitud en el temor.
Las mismas divinas palabras de Cristo nos atestiguan cómo es la doctrina de Cristo, de
modo que los que anhelan llegar a la bienaventuranza eterna puedan identificar los
peldaños de esa dichosa subida. Y así dice: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos. Podría no entenderse de qué pobres hablaba la misma
Verdad, si al decir: Dichosos los pobres, no hubiera añadido cómo había de entenderse
esa pobreza; porque podría parecer que para merecer el reino de los cielos basta la simple
miseria en que se ven tantos por pura necesidad, que tan gravosa y molesta les resulta.
Pero, al decir: Dichosos los pobres en el espíritu, da a entender que el reino de los cielos
será de aquellos que lo han merecido más por la humildad de sus almas que por carencia
de bienes.

Responsorio Sal 77, 1-2

R. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, * inclina el oído a las palabras de mi boca.
V. Voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado.
R. Inclina el oído a las palabras de mí boca.

Oración

Oremos:
Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor
de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en
nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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