domingo, 8 de septiembre de 2019

Lectio Divina

LA SABIDURÍA CRISTIANA
Después de esto, el Señor prosiguió, diciendo: Dichosos los que tienen hambre y sed de
la justicia, porque ellos quedarán saciados. Esta hambre no desea nada corporal, esta sed
no apetece nada terreno; el bien del que anhela saciarse consiste en la justicia, y el objeto
por el que suspira es penetrar en el conocimiento de los misterios ocultos, hasta saciarse
del mismo Dios.
Feliz el alma que ambiciona este manjar y anhela esta bebida; ciertamente no la
desearía si no hubiera gustado ya antes de su suavidad. De esta dulzura, el alma recibió
ya una pregustación, al oír al profeta que le decía: Gustad y ved qué bueno es el Señor;
con esta pregustación, tanto se inflamó en el amor de los placeres castos, que,
abandonando todas las cosas temporales, sólo puso ya su afecto en comer y beber la
justicia, adhiriéndose a aquel primer mandamiento que dice: Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón y con toda el alma y con todas tus fuerzas. Porque amar la justicia no es
otra cosa sino amar a Dios.
Y, como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del
prójimo, el hambre de la justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia; por
ello, se añade a continuación: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Reconoce, oh cristiano, la altísima dignidad de esta tu sabiduría, y entiende bien cuál ha
de ser tu conducta y cuáles los premios que se te prometen. La misericordia quiere que
seas misericordioso, la justicia desea que seas justo, pues el Creador quiere verse
reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón
humano, mediante la imitación que tú realizas de las obras divinas. No quedará frustrada
la fe de los que así obran, tus deseos llegarán a ser realidad, y gozarás eternamente de
aquello que es el objeto de tu amor.
Y porque todo será limpio para ti, a causa de la limosna, llegarás también a gozar de
aquella otra bienaventuranza que te promete el Señor, como consecuencia de lo que hasta
aquí se te ha dicho: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Gran
felicidad es ésta, amadísimos hermanos, para la que se prepara un premio tan grande.
Pues, ¿qué significa tener limpio el corazón, sino desear las virtudes de que antes hemos
hablado? ¿Qué inteligencia puede llegar a concebir, o qué palabras lograrán explicar la
grandeza de una felicidad que consiste en ver a Dios? Y es esto precisamente lo que se
realizará cuando la naturaleza humana se transforme, y podamos contemplar la divinidad
no confusamente en un espejo, sino cara a cara, viendo tal como es a aquel a quien
ningún hombre jamás contempló; entonces lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el
hombre puede pensar, lo alcanzaremos en el gozo inefable de una contemplación eterna.

Responsorio Sal 30, 20; 1 Co 2, 9

R. ¡Qué amor tan grande, Señor, reservas para tus fieles! * Tú lo concedes a los que a ti
se acogen.
V. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre.
R. Tú lo concedes a los que a ti se acogen.

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