viernes, 26 de julio de 2019

Lectio divina

CRISTO MURIÓ POR TODOS
Señor, el verdadero mediador que por tu secreta misericordia revelaste a los humildes,
y lo enviaste para que con su ejemplo aprendiesen la misma humildad, ese mediador
entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, apareció en una condición que lo
situaba entre los pecadores mortales y el Justo inmortal: pues era mortal en cuanto
hombre, y era justo en cuanto Dios. Y así, puesto que la justicia origina la vida y la paz,
por medio de esa justicia que le es propia en cuanto que es Dios destruyó la muerte de los
impíos al justificarlos, esa muerte que se dignó tener en común con ellos.
¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo
entregaste por nosotros, que éramos impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes
tu Hijo no hizo alarde de ser igual a ti, al contrario, se rebajó hasta someterse a una
muerte de cruz! Siendo como era el único libre entre los muertos, tuvo poder para
entregar su vida y tuvo poder para recuperarla. Por nosotros se hizo ante ti vencedor y
víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros se hizo ante ti sacerdote y
sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo
nuestro servidor nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias
por medio de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo
desesperaría. Porque muchas y grandes son mis dolencias; sí, son muchas y grandes,
aunque más grande es tu medicina. De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre
nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de
nosotros.
Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi
corazón y decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo:
Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí; sino para el que murió
por ellos.
He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva y pueda contemplar las
maravillas de tu voluntad. Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname.
Tu Hijo único, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, me
redimió con su sangre. No me opriman los insolentes; que yo tengo en cuenta mi rescate,
y lo como y lo bebo y lo distribuyo y, aunque pobre, deseo saciarme de él en compañía de
aquellos que comen de él y son saciados por él. Y alabarán al Señor los que lo buscan.

Responsorio 1 Co 5, 14. 15; Rm 8, 32

R. El amor de Cristo nos apremia, al pensar que Cristo murió por todos; * para que los
que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
V. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros.
R. Para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por
ellos.

Oración

Oremos:
Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia,
para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento
de tu ley. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

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